Querido amigo y amiga:

Miles de cristianos están estudiando esta semana lo relativo a la falta de unidad entre los creyentes, a las divisiones en la iglesia. Resulta evidente que sólo el "amor cristiano" puede sanar tales desavenencias.

Pero ¿en qué consiste dicho amor cristiano? ¿simplemente en ser amable? Muchos budistas, hindúes y musulmanes lo son. ¿En qué radica la singularidad del amor cristiano? El Espíritu Santo ha dotado al término amor, plenamente revelado en el Nuevo Testamento, de un significado que las nociones no cristianas sobre el amor son incapaces de captar. Se trata de un tipo de amor probablemente ausente de los acuerdos que acaban de firmar en Wittenberg católicos y luteranos. La razón es que la idea común de amor presupone una doctrina sostenida en común por católicos, luteranos, budistas, musulmanes e hindúes: la creencia en la inmortalidad natural del alma. El origen próximo de tal doctrina es el paganismo, si bien en realidad proviene desde el mismo Edén, donde la "serpiente" dijo aquella gran mentira a nuestros primeros padres: "No moriréis" (Gén. 3:4). Esa doctrina convierte en imposible "comprender bien con todos los santos, la anchura y la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo, y conocer ese amor que supera todo conocimiento" (Efe. 3:17 al 19).

Se trata de un amor que va más allá de todo lo que este mundo ha conocido o puede imaginar. En griego se escribía "ágape", un amor por el cual Cristo estuvo dispuesto a sacrificar su vida eterna de manera que nosotros la pudiéramos tener. Su cruz implicó inmensamente más que el sufrimiento físico seguido de un fin de semana de vacaciones. Murió una muerte en la que no hay esperanza ni futuro, se sometió a las tinieblas eternas, a ser "abandonado" por Dios, se atuvo a lo que Pablo describe como la "maldición" de Dios, a un Adiós para siempre. Fue la muerte que merecía cumulativamente toda la culpabilidad de los pecados del mundo. Significó para él la decisión voluntaria de someterse a la muerte eterna. Fue así "para que... experimentase la muerte por todos" (Heb. 2:9), la muerte real, lo que sentirán finalmente los perdidos ante el tribunal de Dios. Como nuestro postrer o segundo Adán, Cristo murió la segunda muerte "por todos" (Apoc. 2:11 y 20:14). Dijo Isaías que "derramó su vida hasta la muerte" (Isa. 53:12).

¿Un "amor que supera todo conocimiento"? Sí, pero la doctrina pagana de la inmortalidad natural del alma degrada el sacrificio del unigénito Hijo de Dios hasta hacer imposible ni siquiera comenzar a apreciar sus dimensiones. El último mensaje de clemencia que ha de darse al mundo es una revelación del carácter de amor de Dios. Las buenas nuevas incluyen el que por entonces, ese amor habrá quebrantado ya la falsa paz, y habrá traído verdadera unidad a la iglesia de Cristo.

R.J.W.