Capítulo 38

El Pacto Eterno: las promesas de Dios
Las promesas a Israel

The Present Truth, 21 enero, 1897


El reposo prometido (I)

"Mi presencia te acompañará y te daré descanso" (Éx. 33:14).

Dios infundió ánimo a Moisés con esas palabras para que hiciera avanzar de nuevo al pueblo de Israel, después que este hubiera pecado tan gravemente al hacerse un becerro de oro y adorarlo.

El reposo de Cristo

En nuestro estudio del reposo que Dios prometió a su pueblo, hay que notar que la promesa citada es idéntica a la de Mateo 11:28. Se prometió el reposo, y sólo se lo obtendría, en la presencia de Dios, quien iría con su pueblo. Así, Cristo, que es "Dios con nosotros" (Mat. 1:23), y quien está con nosotros "todos los días, hasta el fin del mundo" (Mat. 28:20), nos dice: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar". El reposo ofrecido a los hijos de Israel en el desierto, es el mismo que Cristo ofrece a toda la humanidad; reposo en Dios, en los brazos eternos –ya que el Hijo unigénito "está en el seno del Padre" (Juan 1:18). "Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros" (Isa. 66:13).

Pero Dios fue y es siempre omnipresente, ¿por qué entonces, no tienen todos reposo? –Por la razón sencilla de que en general el hombre no reconoce su presencia, ni siquiera su existencia. En lugar de tener en cuenta a Dios en todos los asuntos de la vida, la mayoría de la gente vive como si él no existiera. "Sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que él existe" (Heb. 11:6). Eso muestra que la generalizada incapacidad para agradar a Dios, y por lo tanto para hallar descanso, procede de la incredulidad prevaleciente en cuanto a su existencia.

¿Cómo podemos saber que Dios existe? –Desde la creación del mundo, las cosas invisibles de Dios: su eterno poder y divinidad, han sido claramente revelados en las cosas que él creó (Rom. 1:20), de forma que aquellos que no conocen a Dios carecen de excusa. Dios se revela a sí mismo como Creador, porque ese hecho lo distingue como el Dios que existe por sí mismo, en contraste con los dioses falsos. "Grande es Jehová y digno de suprema alabanza; temible sobre todos los dioses. Todos los dioses de los pueblos son ídolos; pero Jehová hizo los cielos" (Sal. 96:4 y 5). "Jehová es el Dios verdadero: él es el Dios vivo y el Rey eterno... ‘Los dioses, que no hicieron los cielos ni la tierra, desaparezcan de la tierra y de debajo de los cielos’. Él hizo con su poder la tierra, con su saber puso en orden el mundo y con su sabiduría extendió los cielos" (Jer. 10:10-12). "Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra" (Sal. 121:2). "Nuestro socorro está en el nombre de Jehová, que hizo el cielo y la tierra" (Sal. 124:8). Puesto que sólo en la presencia de Dios se encuentra el reposo, y su presencia es conocida y apreciada verdaderamente por medio de sus obras, es evidente que el reposo prometido ha de estar muy estrechamente relacionado con la creación.

El reposo y la herencia, inseparables

Vemos que ese es el caso, ya que el reposo y la herencia siempre estuvieron asociados en la promesa. Los hijos de Israel recibieron esta instrucción en el desierto: "No haréis como todo lo que hacemos nosotros aquí ahora, cada uno lo que bien le parece, porque hasta ahora no habéis entrado al reposo y a la heredad que os da Jehová, vuestro Dios. Pero pasaréis el Jordán y habitaréis en la tierra que Jehová, vuestro Dios, os hace heredar. Él os hará descansar de todos vuestros enemigos alrededor, y habitaréis seguros. Y al lugar que Jehová, vuestro Dios, escoja para poner en él su nombre, allí llevaréis todas las cosas que yo os mando" (Deut. 12:8-11). Así, Moisés dijo también a las tribus cuya suerte cayó en la ladera oriental del Jordán: "Jehová, vuestro Dios, os ha dado esta tierra como heredad; pero iréis armados todos los valientes delante de vuestros hermanos, los hijos de Israel. Solamente vuestras mujeres, vuestros hijos y vuestros ganados... quedarán en las ciudades que os he dado, hasta que Jehová de reposo a vuestros hermanos, así como a vosotros, y hereden ellos también la tierra que Jehová, vuestro Dios, les da al otro lado del Jordán" (Deut. 3:18-20). El reposo y la herencia son inseparables. En Cristo, quien es "Dios con nosotros", encontramos reposo; "en él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad". El Espíritu Santo constituye las primicias de esa herencia, hasta que sea redimida la posesión adquirida (Efe. 1:10-14). "Jehová es la porción de mi herencia" (Sal. 16:5). Él es tanto nuestro reposo como nuestra herencia. Teniéndolo a él, lo tenemos todo.

Hemos visto ya a los hijos de Israel en la tierra prometida; la tierra, y por lo tanto el reposo, eran suyos, ya que leemos esta declaración relativa a la situación en los días de Josué:

"De esta manera dio Jehová a Israel toda la tierra que había jurado dar a sus padres. Tomaron posesión de ella, y la habitaron. Jehová les dio paz alrededor, conforme a todo lo que había jurado a sus padres, y ninguno de sus enemigos pudo hacerles frente, porque Jehová entregó en sus manos a todos sus enemigos. No faltó ni una palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel. Todo se cumplió" (Josué. 21:43-45).

Josué rememora la fidelidad de Dios

Pero caeríamos en un grave error si nos detuviésemos aquí. En el capítulo siguiente encontramos lo que Josué habló a sus ancianos, jueces, etc, "mucho tiempo después que el Señor dio reposo a Israel de todos sus enemigos" (Josué 23:1 y 2). Después de haberles recordado lo que el Señor había hecho por ellos, les dijo:

"Yo os he repartido por suertes, como herencia para vuestras tribus, estas naciones, tanto las destruidas como las que quedan, desde el Jordán hasta el Mar Grande, hacia donde se pone el sol. Jehová, vuestro Dios, las echará de delante de vosotros, las expulsará de vuestra presencia y vosotros poseeréis sus tierras, como Jehová, vuestro Dios, os ha dicho. Esforzaos, pues, mucho en guardar y hacer todo lo que está escrito en el libro de la Ley de Moisés, sin apartaros de ello ni a la derecha ni a la izquierda, para que no os mezcléis con estas naciones que han quedado entre vosotros, ni hagáis mención ni juréis por el nombre de sus dioses, ni los sirváis, ni os inclinéis a ellos. Pero a Jehová, vuestro Dios, seguiréis como habéis hecho hasta hoy. Pues ha expulsado Jehová de vuestra presencia a naciones grandes y fuertes, y hasta hoy nadie os ha podido resistir. Un hombre de vosotros perseguirá a mil, porque Jehová, vuestro Dios, es quien pelea por vosotros, como él os dijo. Guardad, pues, con diligencia vuestras almas, para que améis a Jehová, vuestro Dios. Porque si os apartáis y os unís a lo que resta de estas naciones que han quedado entre vosotros, y si concertáis con ellas matrimonios, mezclándoos con ellas y ellas con vosotros, sabed que Jehová, vuestro Dios, no seguirá expulsando ante vosotros a estas naciones, sino que os será como lazo, trampa y azote para vuestros costados y espinas para vuestros ojos, hasta que desaparezcáis de esta buena tierra que Jehová, vuestro Dios, os ha dado. Yo estoy próximo a entrar hoy por el camino que recorren todos. Reconoced, pues, con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma, que no ha faltado ni una sola de todas las bendiciones que Jehová, vuestro Dios, os había dicho; todas se os han cumplido, no ha faltado ninguna de ellas. Pero así como se os han cumplido todas las bendiciones que Jehová, vuestro Dios, os había dicho, también traerá Jehová sobre vosotros todas sus maldiciones, hasta borraros de sobre la buena tierra que Jehová, vuestro Dios, os ha dado" (Josué 23:4-15).

Sólo la fe asegura el reposo

En esta porción de la Escritura tenemos evidencia adicional de que la herencia consiste en el reposo prometido. Se nos informa llanamente de que Dios había dado reposo a Israel, y que esa disertación estaba teniendo lugar mucho tiempo después de ello. No obstante, en esa alocución les fueron presentadas las condiciones bajo las cuales podrían tener el reposo, y bajo las cuales serían expulsados los enemigos que quedaban aún en la tierra. Todo dependía de la fidelidad de Israel a Dios. Si dejaban de servir al Señor, yéndose tras otros dioses, conocerían con certeza que Dios no iba a continuar echando de delante de ellos a las naciones restantes, sino que estas continuarían acosándoles, y que el Señor llegaría a hacerlos desaparecer de sobre la faz de la tierra que les había dado.

¿Cómo se podía decir de los hijos de Israel que hubiesen recibido reposo de todos sus enemigos, y la tierra en posesión, siendo que esos enemigos estaban aún en la tierra, y existía la posibilidad de que los echaran fuera a ellos, en lugar de que ocurriera lo contrario? Las propias Escrituras dan la respuesta. Por ejemplo, cuando todos los reyes de los amorreos amenazaron a los gabaonitas, que habían hecho alianza con los israelitas, el Señor dijo a Josué: "No les tengas temor, porque yo los he entregado en tus manos" (Josué 10:8). ¿Qué hizo entonces Josué? –Fue y los tomó. No comenzó a cavilar preguntándose: ‘No veo evidencia ninguna de que Dios los haya entregado en mis manos, puesto que no están en mis manos’, ni exclamó con negligencia: ‘Puesto que Dios los ha entregado en mis manos, puedo disolver el ejército y dedicarme a la vida fácil’. En ambos casos habría resultado vencido, aun siendo cierto que Dios le había dado la victoria. Josué demostró con su acción, que creía en lo que el Señor había dicho. La fe obra, y continúa obrando.

De igual forma, se había dicho al pueblo que Dios le había dado la victoria, estando todavía fuera de los altos muros y puertas selladas de Jericó. Aun siendo cierto que Dios les había dado la victoria, todo dependía de ellos. Si hubieran rehusado gritar, nunca habrían conocido la victoria.

En Cristo tenemos el reposo y la herencia; pero a fin de ser participantes de Cristo, debemos retener "firme hasta el fin nuestra confianza del principio" (Heb. 3:14). Jesús dice: "En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo" (Juan 16:33). Sin embargo, en la misma predicación dijo: "La paz os dejo, mi paz os doy" (Juan 14:27). ¡Cómo!, ¿paz en medio de la aflicción? Sí, ya que añade: "yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo". Permanecer firme en la tribulación; no ceder al temor ante el peligro; estar en el centro del combate, y sin embargo experimentar la perfecta paz, significa moverse realmente según una escala diferente a la que el mundo conoce.

El conflicto, terminado

Observa cuál fue el mensaje que se encomendó al profeta Isaías que diera a Israel cuando estaba atravesando las experiencias más probatorias, un mensaje que es más para nosotros hoy, de lo que fue para los que vivieron en el momento en que fue dado: "¡Consolad, consolad a mi pueblo!, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado está perdonado" (Isa. 40:1 y 2). ¡Gloriosa seguridad! El conflicto terminó, la batalla llegó a su fin, ¡se logró la victoria! ¿Significa eso que podemos ya echarnos tranquilamente a dormir? De ninguna manera; hemos de estar despiertos, y hacer uso de la victoria que el Señor ha ganado en nuestro favor. El conflicto es contra principados, contra potestades (Efe. 6:12), pero Jesús "despojó a los principados y a las autoridades y los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz" (Col. 2:15), y resucitó después para sentarse en los lugares celestiales, "sobre todo principado y autoridad, poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero" (Efe. 1:20 y 21), y Dios nos ha resucitado con él, para sentarnos con él en esos mismos lugares celestiales (Efe. 2:1-6), y en consecuencia también sobre todo principado y autoridad, poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero. Por lo tanto, podemos y debemos decir de todo corazón: "Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo" (1 Cor. 15:57).

Lecciones de los Salmos

David comprendió esa victoria y se gozó en ella. Supo lo que es ser perseguido por los montes como una alimaña. En cierta ocasión en que se estaba escondiendo en el desierto de Zif, y los habitantes de aquella tierra revelaron traidoramente el escondedero de David, diciendo a Saúl: "Por tanto, rey, desciende ahora pronto, conforme a tu deseo, y nosotros lo entregaremos en manos del rey" (1 Sam. 23:15-20), David, a pesar de conocer todo ello, tomó su arpa y compuso un salmo de alabanza, diciendo: "Voluntariamente sacrificaré a ti; alabaré tu nombre, Jehová, porque es bueno, porque él me ha librado de toda angustia y mis ojos han visto la ruina de mis enemigos" (Sal. 54:6 y 7). Lee el salmo en su totalidad, incluyendo su introducción. David pudo cantar: "Aunque un ejército mayor acampe contra mí, no temerá mi corazón" (Sal. 27:3). El salmo tercero, con sus expresiones de positiva confianza en Dios y su tono de victoria, fue compuesto mientras David huía de su hijo Absalón, quien le disputaba el trono. Necesitamos comprender el Salmo 23, de forma que cuando leemos: "Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando", no sean meras palabras huecas.

El hombre fuerte, derrotado

La victoria "que ha vencido al mundo", es nuestra fe. ¡Oh, si pudiésemos comprender y tener siempre presente el hecho de que la victoria ha sido ya ganada! Cristo, el Poderoso, cayó sobre el hombre fuerte (Mat. 12:29) -nuestro adversario y acusador-, y lo venció, arrancándole la armadura en la que confiaba, de forma que tenemos que luchar solamente con un enemigo desarmado y derrotado. La razón por la que resultamos vencidos es porque no creemos ni conocemos ese hecho. Si lo sabemos y lo recordamos, no caeremos jamás. ¿Quién iba a ser tan necio como para dejarse tomar cautivo por un enemigo sin armadura y sin fuerza?

Cuántas de las bendiciones que Dios nos ha dado resultan malogradas, simplemente porque nuestra fe no echa mano de ellas. ¿Cuántas bendiciones nos ha dado Dios?: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo" (Efe. 1:3). "Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia" (2 Ped. 1:3). Sorprendentemente, a pesar de que todo es nuestro (1 Cor. 3:21), a menudo actuamos como si no tuviéramos nada. Cierto dirigente espiritual, cuando se le recordaron en cierta ocasión esos textos con la intención de darle ánimo, exclamó: ‘Si Dios me ha dado todas esas cosas, ¿por qué no las tengo?’ Quizá haya más de uno que esté aquí leyendo su propia experiencia. La respuesta a su pregunta era muy simple: -Porque no creía que Dios se las hubiera dado. No podía sentir que las tenía, por lo tanto, no creía que las poseyera. Pero es la fe la que ha de aferrarse a ellas. Uno no puede esperar sentir aquello que no puede tocar. La victoria no es la duda, la vista ni el sentimiento, sino la fe.

En la próxima entrega concluiremos el estudio del reposo prometido.

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