Querido amigo y amiga:

Los niños, en mi pequeña iglesia, están aprendiendo los diez mandamientos para poder recitarlos en una próxima reunión especial. Es bien sabido que los niños son capaces de casi todo.

Bien, pues comienzan con el tercer versículo de Éxodo 20, convencidos de que es ahí donde empiezan los diez mandamientos: "No tendrás dioses ajenos delante de mí".

Yo les digo: ‘¡No! No es ahí donde empiezan’. Empiezan con maravillosas Buenas Nuevas. No comienzan con una orden severa: ‘Haz esto’, o ‘no hagas aquello’. No. Comienzan con las Buenas Nuevas de que nuestro Padre celestial es tan poderoso, tan amante, que nos ha librado ya de la terrible esclavitud en las tinieblas de "Egipto": "Yo soy Jehová, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre". ¡Esas Buenas Nuevas de salvación forman parte de los diez mandamientos!

Creer esas Buenas Nuevas hace que la ley de Dios deje de ser un conjunto de reglas del Antiguo Pacto imposibles de obedecer, y la transforma en un don maravilloso, en diez grandes promesas del Nuevo Pacto. Dios no te está exigiendo el cumplimiento de órdenes. Te pide que lo aceptes, que lo reconozcas como tu Salvador y Señor. El cumplimiento de su ley no es lo que te exige, sino precisamente lo que TE PROMETE. No consiste en lo que tú tienes que hacer, sino en lo que él hizo, hace y hará. "¡Si me oyeras, Israel! No habrá en ti dios ajeno ni te inclinarás a dios extraño. Yo soy Jehová tu Dios, que te hice subir de la tierra de Egipto; abre tu boca y yo la llenaré" (Sal. 81:8-10).

No consiste en que ‘tienes que hacer esta y aquella cosa, y abstenerte de otras tantas, y entonces te libraré de la esclavitud del pecado’. Dios no se rebaja a entrar en componendas con nosotros: ‘si haces esto, te daré aquello...’ Él sabe que tenemos una mente o naturaleza carnal que "es enemistad contra Dios", que no se sujeta a la ley de Dios, ni puede hacerlo (Rom. 8:7). El Antiguo Pacto dice lo que debes HACER si esperas ser salvo. El Nuevo Pacto te dice lo que has de CREER, en vista de que el Salvador se ha dado ya a sí mismo por tu salvación. Él murió ya la segunda muerte que te correspondía. Ha pagado toda la deuda de tus pecados. ¿Te preguntas cómo puedes estar seguro de ello? –Efectúa una inspiración: La vida que ahora gozas es prueba de que él quiere que disfrutes de la vida eterna en Cristo. Si no hubiera muerto por ti, estarías ya eternamente muerto. Junto con la vida, te ha dado la libertad para aceptar la plenitud de ese don. Agradécele por ello, y emplea para vida eterna el poder de elección que te ha dado. Hoy, ahora, es el momento propicio para hacer ambas cosas. El mañana no nos pertenece. ¡Ni siquiera el después!

R.J.W.-L.B.