Querido amigo y amiga:

El profeta Isaías ocupa un lugar muy especial en la Biblia. Su ministerio permitió que dispusiéramos de uno de los libros inspirados de mayor extensión, de uno de los mejores legados poéticos, y sobre todo de una revelación profética de Cristo en los tonos íntimos y sublimes con que el Espíritu Santo impresionó al profeta. Cristo vive en el libro de Isaías, y se nos presenta de la forma más personal e ineludible. Las palabras que eligió el poeta en el capítulo 53, por ejemplo, nos hacen contener la respiración. Isaías ocupa un puesto único en la historia, como escritor inspirado.

Pero es en los capítulos 7 y 9 donde Isaías nos da una profunda revelación del niño Jesús. No solamente nacería de una virgen (Mateo tradujo correctamente "doncella", en Isa. 7:14, como "virgen"), sino que el nombre del bebé sería "Dios con nosotros". Recuérdalo siempre, especialmente si estuvieras alguna vez de ánimos bajos: el niño que nos fue dado es ‘Dios contigo’. El único bebé que ha existido jamás, que sea plenamente humano y divino al mismo tiempo, nos ha sido DADO por toda la eternidad. "Niño NOS ha nacido, hijo NOS ha sido dado". Vosotros, habitantes de otros mundos que nunca habéis pecado, querríais ese privilegio. Todos vosotros, santos e inmaculados ángeles que nos ayudáis, lo quisierais también. Jesús es NUESTRO. Nos ha sido dado a NOSOTROS, indignos, caídos y pecaminosos mortales. ¡El Hijo de Dios! Y nos ha sido dado para siempre.

Algo tan sencillo como conocer y creer lo anterior, hace que el pecado sea destruido en sus raíces. Si vives aún en la esclavitud del pecado, es porque aún no lo crees.

Isaías 9:6 detalla una verdad casi increíble acerca de ese Niño. Desde su tierna infancia, tan pronto como nació, el "principado" -el gobierno del universo- le fue puesto "sobre su hombro", un hombro de niño. Desde su primera respiración, el Hijo que le nació a María (y a nosotros), estuvo lidiando en el gran conflicto secular con el Enemigo, Satanás. Si siendo niño hubiera elegido no "desechar lo malo" y no "escoger lo bueno" (Isa. 7:15; Rom. 3:23), se habría venido abajo el "principado" del universo. ¡Bendito hombro, el del niño Jesús! Todo el plan de la redención dependía de aquel Niño que nos nació. Ni siquiera se le permitió esperar hasta "la edad de ser responsable". Fue "responsable" desde su tierna infancia, desde su primer llanto de recién nacido. Y no había sido programado para la impecabilidad: Su vida inmaculada fue el resultado de continuas elecciones, de las elecciones que hace un ser humano. Supo "desechar lo malo y escoger lo bueno".

Asómbrate, humano: tu salvación, y también el honor de Dios, estuvieron sobre los hombros de un Niño.

R.J.W.