Querido amigo y amiga:

Dios no ha sido el causante de la tragedia del Concorde. Pero si el Salvador dijo que nuestro Padre celestial nota hasta la caída a tierra de un pajarillo, con total seguridad nota cuando se estrella un gran "pájaro", poniendo abrupto final a 113 vidas humanas, así como a muchas propiedades. Dios no causó el desastre. Pero es razonable preguntarse: ¿Lo permitió? ¿Pudiera ser que por alguna razón, el Dios que es amor haya permitido esta tragedia, con el objeto de despertar la atención de un mundo soñoliento?

Sólo tres naciones disponen del Concorde: Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos. Y sólo los más ricos pueden permitirse pagar esos diez mil dólares por atravesar el Atlántico en poco más de tres horas. Ha adquirido un simbolismo que recuerda mucho al del Titanic de la generación que nos precede. ¿Podría ser sabio el preguntarse qué lecciones quiere nuestro Padre celestial que aprendamos?

(1) Un monarca que en el pasado había sido arrogante, dijo: "Ahora... alabo, engrandezco y glorifico al Dios del cielo, porque todas sus obras son verdad, sus caminos justos, y puede humillar a los que andan con soberbia" (Dan. 4:37). Hemos llegado a un momento en la historia de la tierra, en el que fácilmente podemos compartir el orgullo personal y el orgullo nacional (¡hasta incluso el denominacional!) de Nabucodonosor, cuando exclamó: "¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué... ?" (vers. 30).

(2) Hasta la clase más humilde en cualquiera de las naciones que poseen el Concorde, goza de muchos más lujos de los que jamás disfrutó Nabucodonosor. Ni se nos pasa por la imaginación el que podamos alguna vez vivir bajo los arbustos, como los refugiados en Ruanda. Pero da muchas gracias a Dios por ese techo y paredes que guardan tu sueño, y por muchas otras comodidades que damos por seguras. Es muy posible que el cielo comience muy pronto a tomar en serio nuestro caso. Dios es maravillosamente paciente con nosotros, pero nada en la Escritura sugiere que su paciencia sea infinita. Cierta vez prometió algo precioso a uno de sus siervos malhumorados, en tiempo de desastre nacional: "¿Quieres pedir para ti algo extraordinario? Pues no lo pidas, porque voy a enviar calamidades sobre toda la humanidad. Pero al menos permitiré que conserves tu vida dondequiera que vayas" (Jer. 45:5).

En esta tierra no esperes mucho más de lo que se le prometió a Baruc. Hasta el don de un solo día es precioso, pues en él tenemos otra oportunidad de ser estudiantes en la escuela de Cristo, y de darlo a conocer a alguien antes de que termine el viaje de su vida; lentamente, o de repente.

R.J.W.