Querido amigo y amiga:

El libro de Hebreos explica algo que nuestro Salvador está efectuando precisamente ahora: preparar a un pueblo para su segunda venida personal, literal. Tiene que ver con "nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor... El Señor mismo, con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo..." Tiene un significado especial para "nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado" (1 Tes. 4:14-17). Es el propósito del Señor trasladarnos al cielo, pero no puede trasladar allí nuestro pecado. Antes de venir, tiene que habernos limpiado de él. Se trata del borramiento de los pecados ejemplificado en el Día de la Expiación. Ahora es cuando hemos de permitir que nuestro Sumo Sacerdote nos limpie de todo pecado, porque cuando Cristo vuelva, no será para ministrar por nuestros pecados. "Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que lo esperan" (Heb. 9:28). Cuando Cristo vuelva, no será el tiempo aceptable para arrepentirnos, confesar, ni abandonar el pecado que hoy descuidamos o acariciamos. Hoy es el Día de la Expiación, el día de la reconciliación (Lev. 23:28).

Estamos hoy viviendo en el Día real de la Expiación, la realidad simbolizada por el ciclo anual israelita. Era tal la solemnidad y expectación de aquel día, que lo dedicaban al ayuno y examen de conciencia. Estaban ante el Juicio que habría de pronunciar su sentencia de absolución. Era un día para procurar la plena unidad de mente y propósito con el Señor. Representaba la víspera, la obra preparatoria para el ansiado momento en el que dejen de existir para siempre el pecado y los pecadores. De una forma simbólica, toda la nación quedaba limpia (Lev. 16:30 y 31). Todo latía al unísono en armonía y gozo. Cada parte de aquel ritual declaraba que Dios es amor. Ese día quedaba especialmente ejemplificado el carácter de amor de Dios, que se manifiesta en su misericordia y en su justicia: misericordia en su trato con el pecador, y justicia en su trato con el pecado.

El mensaje de nuestro Sumo Sacerdote es: "Reconciliaos con Dios" (2 Cor. 5:20). Es tiempo de estar en comunión con el Señor, tiempo de expulsar toda duda en cuanto a su misericordia, justicia y poder para salvar. Tiempo para unir tu oración a la del angustiado padre de Marcos 9:24, quien clamaba con lágrimas: "Creo, ayuda mi incredulidad". Es tiempo de que "Jacob", el suplantador, venza en su lucha con Dios y con los hombres, para ser llamado "Israel" (Gén. 32:28).

Pero observa una importante diferencia: Mientras que en el servicio diario se ministraba en favor del pecador individual, el Día de la Expiación era un momento de reunión. Toda la congregación permanecía unida, con su atención concentrada en la obra del Sumo Sacerdote. La reconciliación no era primariamente la obra de los israelitas, sino la del Sumo Sacerdote. La obra de ellos era ponerse en sintonía con ese sagrado ministerio, recibir el don del arrepentimiento y el perdón de pecados de parte del Príncipe y Salvador (Hech. 5:31), y se trataba de una obra corporativa, pues era imposible fuera del seno de la asamblea. Es por eso que "el Espíritu y la Esposa [te] dicen: ‘¡Ven!’" (Apoc. 22:17).

El Espíritu Santo "gime con clamores indecibles". Ninguno de los perdidos podrá protestar con verdad, diciendo que no lo oyó. Es tu privilegio seguir por la fe al Cordero "por dondequiera que va", y ahora va por el lugar santísimo del santuario celestial (Heb. 8:1 y 2), donde está el Propiciatorio (representando la misericordia) y el Arca con la Ley (representando la justicia) de Dios. Cristo nunca te abandonó. Descendió del cielo para salvarte. Llevó tus pecados en su cuerpo, sobre el madero, y está ahora ministrando esa preciosa sangre que derramó para limpiarte, por fin, de todo lo que impediría tu eterna felicidad y vida junto a él. "Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado" (Dan. 8:14).

R.J.W.-L.B.