Querido amigo y amiga:

El profundo anhelo de todo ser humano se resume en una palabra: "¡Padre!" Es un inexpresado horror al vacío, el temor a ser huérfano. Lo conocemos desde la infancia. Todo bebé teme que se lo deje caer. Ingresamos en este mundo desnudos y solos. Al ser adoptados, en el nuevo nacimiento, clamamos: "¡Abba, Padre!" (Rom. 8:15). Pero aún habiéndonos sentido solos, no hemos estado solos hasta ese momento. El evangelio nos dice que Alguien nos ha estado sosteniendo desde que nacimos hasta que clamamos con alivio por haber conocido la seguridad de sentirnos adoptados. Dichoso el niño cuyo padre terrenal supo interpretar el amor fiel del Padre celestial. "El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios". No solamente somos "hijos de Dios", sino que siendo hijos, "también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo", llamados al gran destino de ser glorificados "juntamente con él". Pero Pablo añade que eso sólo puede tener lugar "si es que padecemos juntamente con él" (Rom. 8:15-17). Por lo tanto, transforma tus sufrimientos, de forma que sean "con él".

"Con él", es la idea que se repite una y otra vez. Todo el que cree esas buenas nuevas, permanece por siempre según aquello para lo que fue creado: un ser humano. Pero resulta identificado con Cristo, viene a ser -por la fe- "participante de la naturaleza divina" (2 Ped. 1:4). Tan cercana resulta ser la identidad en esa fe, que como Pablo, puede decir: "Con Cristo estoy juntamente crucificado", y: "Si fuimos plantados con él en la semejanza de su muerte... también viviremos con él" (Gál. 2:20; Rom. 6:3-8). El Hijo de Dios se hizo hombre, se hizo "nosotros", adoptó la raza humana en sí mismo, se constituyó en nuestro segundo "Adán", la nueva Cabeza de la humanidad.

Desde la cruz de Cristo, ha tomado ya dos mil años a la raza humana el llegar a la comprensión de lo que significa ser "crucificado con él", y resucitar con él. El clímax ha de ser un mensaje, "otro ángel que [desciende] del cielo con gran poder, y la tierra [es alumbrada] con su gloria". Se trata de una proclamación del evangelio de alcance mundial, ¡la más clara que se haya oído desde el Pentecostés! Esa "gloria" será la revelación de "Cristo, y Cristo crucificado", como nunca antes se haya conocido. Sí, la hora de la "gloria" de Cristo fue la hora de su desnudez, cuando colgaba de la cruz plenamente expuesto: el Hijo de Dios, el "Cordero que fue muerto desde la creación del mundo" (Juan 12:23; Apoc. 13:8).

Cuando llegue ese momento en que la tierra sea alumbrada por su gloria, toda alma verá claramente la gran realidad: Que no fueron los judíos ni los romanos quienes crucificaron "al Señor de la gloria". Cada uno comprenderá que fue él mismo quien lo crucificó.

Multitudes volverán entonces a crucificarlo ante la presión del mundo, pero muchos recibirán el gran don del arrepentimiento de los siglos, para gloria eterna del Señor. No hay razón alguna por la que tú y yo no hubiésemos de participar de ella. Jesús nos habla así: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba". "Y el que tiene sed, venga: y el que quiere, tome del agua de vida de balde" (Juan 7:37; Apoc. 22:17).

R.J.W.